Por: Patricia de la Fuente*
Proporcionar a los menores las estrategias para saber manejar sus emociones, es la clave para tener –en un futuro–, adultos plenos y con un buen equilibrio emocional.
Sobre ese tema, Jack P. Shonkoff y Deborah A. Phillips, especialistas en desarrollo infantil, afirman que aquellas naciones que inviertan de manera inteligente en sus niños, tendrán como resultado un futuro prometedor.
Y es que, las emociones de una persona –como el resto de todo el organismo humano–, empiezan su desarrollo desde la etapa de gestación. Sin embargo, es en el momento del nacimiento cuando el niño empieza a ponerlas en funcionamiento, como una forma de reaccionar ante el medio ambiente.
El valor de los primeros años
De acuerdo con la investigadora estadounidense y especialista en desarrollo infantil, Ilene Starks, mantener una mente sana en la primera infancia, ayuda a la formación de humanos con empatía, dispuestos a intentar cosas nuevas, capaces de adaptarse al cambio y con habilidad para enfrentarse a las dificultades.
A nivel cerebral, un niño inicia su desarrollo emocional desde el vientre materno, pero empieza a moldearse tras el nacimiento, por los estímulos físicos y de las personas que lo rodean; eso ayudará a depurar y le hará madurar sus emociones.
Es a los tres años de edad cuando ocurre lo que podría llamarse “la primera adolescencia”: el niño cobra conciencia que puede tener cierto control sobre su entorno y esto le hace experimentar emociones. En esa etapa tiene que decidir si le gusta más ser el bebé a quién le resuelven todos los problemas o si opta por la libertad de la autosuficiencia.
El control de las emociones
El pediatra neonatólogo, Alfredo Morayta Ramírez Corona, menciona que un buen manejo de las emociones durante la etapa formativa, ayudará al desarrollo de actitudes: “la independencia y seguridad, van de la mano, pues crean una autoestima más sana y estable, lo que determinará la forma en que los adultos respondan ante las circunstancias de la vida”.
“Es vital un ambiente estructurado con disciplina sana, amor, seguridad y confianza, para el desarrollo de la personalidad del niño. Los extremos en cualquier nivel son nocivos”, agrega el especialista.
La educación empieza desde los primeros meses de vida, puesto que la base de la disciplina, son los hábitos y éstos, pueden empezar a forjarse al ligarlos directamente con las necesidades básicas de los menores. Implementar horarios para comer, dormir y jugar, por ejemplo.
Herramientas de apoyo
La Disciplina Positiva –método educativo basado en teóricos como Alfred Adler, Rudolf Dreikurs, Jane Nelsen, Lynn Lott, entre otros–, es una herramienta de educación conocida también como “crianza respetuosa”, puesto que ofrece a los niños opciones para decidir hacia determinadas circunstancias y sobre todo, ser conscientes de las consecuencias de sus actos.
En ella, el primer paso para que un niño aprenda a manejar sus emociones es que logre identificarlas y llamarlas por su nombre. Es importante que cuando los padres noten alguna emoción o estado de ánimo en sus hijos, le hagan saber y la nombren verbalmente: estás enojado, estás triste, estás contento, tienes miedo, etcétera.
En esa línea, Daniel Goleman, autor del libro “Inteligencia Emocional”, marca la importancia del autoconocimiento, como instrumento para un manejo adecuado de las emociones, tener el control sobre ellas y ser capaces de tomar las mejores decisiones: reconocer qué sentimiento se experimenta, identificar qué circunstancia lo provocó y buscar un equilibrio.
Fuera de casa: el colegio
La escuela, es un primer espacio para que los pequeños desarrollen plenamente sus habilidades sociales y aprendan a manejar y contender sus emociones. El hecho de desenvolverse en un ambiente con personas de su misma edad, les hará desarrollar el sentido de la empatía. Así, en la medida que ven en sus compañeros un reflejo, descubrirán que otras personas pueden llegar a sentir lo mismo que ellos.
El papel de los padres y los profesores, es fundamental en esta etapa, puesto que son un ejemplo. Es importante saber que una fase importante del desarrollo de los menores, se da por imitación. Una adecuada orientación, es ayudar a los niños a comprender las consecuencias de sus actos positivos y negativos, así como las diferencias entre unos y otros.
En este sentido, el juego es un gran aliado para inculcar la conciencia del respeto a reglas y turnos, organización, toma de decisiones conjuntas, trabajo en equipo para lograr fines comunes y el desarrollo de un mayor nivel de tolerancia a la frustración. Lo cual dotará al niño de habilidades sociales para la vida adulta.
Reflexión
La escuela y la familia, son los espacios ideales para procurar marcos de convivencia armónica y solidaria, en la que los menores comprendan el autodominio como una medida para evitar conflictos con sus similares y los adultos que están dentro de su entorno.
Reconocer, asumir y saber manejar las emociones propias desde la primera infancia, determinará la medida en que un adulto sepa encontrar soluciones ante cualquier problema, incluso moldeará la forma como se relacione con los demás y en determinado caso, le permitirá ejercer un mejor liderazgo.
En general, solemos pensar que el éxito está basado en tener la suficiente información y estrategias para resolver problemas, sin embargo, sus bases están en un equilibrio y balance entre los conocimientos que tenemos y la inteligencia emocional, para tomar las mejores decisiones en cualquier circunstancia.
*Especialista en Desarrollo Infantil. Fundadora y Directora General de SEDI, Servicios Educativos para el desarrollo Infantil.